Ha sido —y sigue siendo— muy común en el mundo del turismo adjudicarle a ciertos lugares alejados un halo de misterio. Las distancias actúan como catalizadoras de los mismos, volviendo vigente, aún en la primera parte de la segunda década del siglo XXI,...
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Ha sido —y sigue siendo— muy común en el mundo del turismo adjudicarle a ciertos lugares alejados un halo de misterio. Las distancias actúan como catalizadoras de los mismos, volviendo vigente, aún en la primera parte de la segunda década del siglo XXI, aquella premisa de la época de la conquista española que decía: “Cuanto más lejos, más raro”. Y para un periodista tan embebido en cuestiones esotéricas como lo fue Jaime Cañas, esta proporcional relación entre distancia y extrañeza no le resultaba ajena. Su marcado espíritu romántico lo inclinó, en la mayoría de los artículos que escribió para la revista FLASH entre 1982 y 1987, a resaltar esa pincelada emotiva; clara heredera de la publicidad turística desarrollada en Europa desde mediados del siglo XIX, con el auge del montañismo y la romantización de la montaña.
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