Los cazadores de ratas Una siesta de invierno, las víboras de cascabel, que dormían extendidas sobre la greda, se arrollaron bruscamente al oír insólito ruido. Como la vista no es su agudeza particular, mantuviéronse inmóviles, mientras prestaban oído. —Es...
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Los cazadores de ratas Una siesta de invierno, las víboras de cascabel, que dormían extendidas sobre la greda, se arrollaron bruscamente al oír insólito ruido. Como la vista no es su agudeza particular, mantuviéronse inmóviles, mientras prestaban oído. —Es el ruido que hacían aquéllos... –murmuró la hembra. —Sí, son voces de hombre; son hombres –afirmó el macho. Y pasando una por encima de la otra se retiraron veinte metros. Desde allí miraron. Un hombre alto y rubio y una mujer rubia y gruesa se habían acercado y hablaban observando los alrededores. Luego el hombre midió el suelo a grandes pasos, en tanto que la mujer clavaba señales en los extremos de cada recta. Conversaron después, señalándose mutuamente distintos lugares, y por fin se alejaron. —Van a vivir aquí –dijeron las víboras–. Tendremos que irnos. En efecto, al día siguiente llegaron los colonos con un hijo de tres años y una carreta en que había catres, cajones, herramientas sueltas y gallinas atadas a la baranda. Instala
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