EL TROMPO
(José Diez Canseco)
I
Sobre el cerro San Cristóbal la niebla había puesto una capota sucia que cubría la cruz
de hierro. Una garúa de calabobos se cernía entre los árboles lavando las hojas,
transformándose en un fango ligero y descendiendo...
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EL TROMPO
(José Diez Canseco)
I
Sobre el cerro San Cristóbal la niebla había puesto una capota sucia que cubría la cruz
de hierro. Una garúa de calabobos se cernía entre los árboles lavando las hojas,
transformándose en un fango ligero y descendiendo hasta la tierra que acentuaba su
color pardo. Las estatuas desnudas de la Alameda de los Descalzos se chorreaban con
el barro formado por la lluvia y el polvo acumulado en cada escorzo. Un policía,
cubierto con su capote azul de vueltas rojas, daba unos pasos aburridos entre las
bancas desiertas, sin una sola pareja, dejando la estela fumosa de su cigarrillo. Al
fondo, en el convento de los frailes franciscanos se estremecía la débil campanita con
su son triste. En esa tarde todo era opaco y silencioso. Los automóviles, los tranvías,
las carretillas repartidoras de cervezas y sodas, los "colectivos", se esfumaban en la
niebla gris azulada y
todos los ruidos parecían lejanos. A veces surgía la estridencia característica de los
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