Yokoi Kenji Díaz
Hace tres años y medio, muy lejos de aquí, en Yokohama, este
hombre con pinta de extra de película de Jakie Chang, llamaba la
atención de los japoneses y alertaba a las autoridades de la isla, por
reunir “sospechosamente” a demasiados...
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Yokoi Kenji Díaz
Hace tres años y medio, muy lejos de aquí, en Yokohama, este
hombre con pinta de extra de película de Jakie Chang, llamaba la
atención de los japoneses y alertaba a las autoridades de la isla, por
reunir “sospechosamente” a demasiados jóvenes, como resultado
de una rara competencia con su socio brasileño, Clayton Uehara,
por ver quién “conseguía” más rápido 100 “amigos” en las calles de
una ciudad donde, por tradición, nadie roza la soledad de nadie.
Su amigo, con el aire angelical de ‘Kaká’ y con su música carioca,
cumpliría primero la meta.
Ahí comenzaría todo para Kenji.
Fue su
primer gran intento por tocar el tema de la amistad y espantar, a su
manera, esa sombra fría del suicidio entre los japoneses.
Sombra
que alcanzó a nublar también sus propios pensamientos.
En Bogotá seguiría recorriendo las calles de su infancia, en San
Francisco, Ciudad Bolívar, con una idea fija en su cabeza:
mostrarles a jóvenes orientales, y a sus vecinos de barrio, la riqueza
de su
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