LA VIRGEN DE LOS SICARIOS
Había en las afueras de Medellín un pueblo
silencioso y apacible que se llamaba Sabaneta.
Bien
que lo conocí porque allí cerca, a un lado de la carretera que venía de Envigado,
otro pueblo, a mitad de
camino entre los dos pueblos,...
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LA VIRGEN DE LOS SICARIOS
Había en las afueras de Medellín un pueblo
silencioso y apacible que se llamaba Sabaneta.
Bien
que lo conocí porque allí cerca, a un lado de la carretera que venía de Envigado,
otro pueblo, a mitad de
camino entre los dos pueblos, en la finca Santa Anita
de mis abuelos, a mano izquierda viniendo, transcurrió mi infancia.
Claro que lo
conocí.
Estaba al final
de esa carretera, en el fin del mundo.
Más allá no había nada, ahí el mundo
empezaba a bajar, a redondearse, a dar la vuelta.
Y eso lo constaté la tarde que
elevamos el globo más grande que hubieran visto los
cielos de Antioquia, un rombo de ciento veinte pliegos inmenso, rojo, rojo, rojo
para que resaltara sobre
el cielo azul.
El tamaño no me lo van a creer, ¡pero
qué saben ustedes de globos! ¿Saben qué son? Son
rombos o cruces o esferas hechos de papel de china
deleznable, y por dentro llevan una candileja encendida que los llena de humo
para que suban.
El humo
es como quien dice su alma, y la cand
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