Peregrina y extranjera Marguerite Yourcenar I. Grecia y Sicilia Apolo trágico Mediodía: la hora del crimen en Micenas. -¡Apolo! ¡Oh, Apolo, mi asesino! ¿Quién está aullando de esa manera? Casandra. Ha caído Troya, arden hogueras en las cumbres de la...
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Peregrina y extranjera Marguerite Yourcenar I. Grecia y Sicilia Apolo trágico Mediodía: la hora del crimen en Micenas. -¡Apolo! ¡Oh, Apolo, mi asesino! ¿Quién está aullando de esa manera? Casandra. Ha caído Troya, arden hogueras en las cumbres de la Argólida y los poetas se encargarán de que esos fuegos duren cerca de treinta siglos. En las pendientes de Micenas florecen amapolas rojas, están como engalanadas por orden de Clitemnestra. Pero su color no es el del crimen: sólo el del verano. En lo alto de la Acrópolis, la cuadriga se detiene chirriando ante la puerta de las Leonas; la puerta se abre con otro chirrido. Agamenón, víctima designada, toro que se cree dios, pone el pie sobre alfombras de púrpura, demasiado fastuosas como sabe la misma Reina, demasiado sagradas para un hombre, que atraen la envidia divina y justifican por anticipado el desastre. Arriba, en el cuarto de baño de palacio, los amantes adúlteros afilan sus cuchillos como posaderos decididos a sangrar al extranjero,
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