“¿A qué sabe la
Luna?”
Hacía mucho tiempo que los animales deseaban averiguar a qué sabía la luna.
¿Sería dulce o salada?
Tan sólo querían probar un pedacito. Por las noches, miraban ansiosos hacia
el cielo.
Se estiraban e intentaban cogerla, alargando el...
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“¿A qué sabe la
Luna?”
Hacía mucho tiempo que los animales deseaban averiguar a qué sabía la luna.
¿Sería dulce o salada?
Tan sólo querían probar un pedacito. Por las noches, miraban ansiosos hacia
el cielo.
Se estiraban e intentaban cogerla, alargando el cuello, las piernas y los
brazos.
Pero todo fue en vano, y ni el animal más grande pudo alcanzarla.
Un buen día, la pequeña tortuga decidió subir a la montaña más alta para
poder tocar la luna. Desde allí arriba, la luna estaba más cerca; pero la
tortuga no podía tocarla.
Entonces, llamó al elefante.
― Si te subes a mi espalda, tal vez lleguemos a la luna.
Esta pensó que se trataba de un juego y, a medida que el elefante se
acercaba, ella se alejaba un poco. Como el elefante no pudo tocar la luna,
llamó a la jirafa.
― Si te subes a mi espalda, a lo mejor la alcanzamos.
Pero al ver a la jirafa, la luna se distancio un poco más. La jirafa estiró y
estiró el cuello cuanto pudo, pero no sirvió de nada. Y llamó a la cebra.
― Si te subes a
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