Alejo Carpentier
Viaje a la semilla
I
—¿Qué quieres, viejo?.
.
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Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios.
Pero el viejo no
respondía.
Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta
un largo monólogo de frases...
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Alejo Carpentier
Viaje a la semilla
I
—¿Qué quieres, viejo?.
.
.
Varias veces cayó la pregunta de lo alto de los andamios.
Pero el viejo no
respondía.
Andaba de un lugar a otro, fisgoneando, sacándose de la garganta
un largo monólogo de frases incomprensibles.
Ya habían descendido las tejas,
cubriendo los canteros muertos con su mosaico de barro cocido.
Arriba, los
picos desprendían piedras de mampostería, haciéndolas rodar por canales de
madera, con gran revuelo de cales y de yesos.
Y por las almenas sucesivas
que iban desdentando las murallas aparecían —despojados de su secreto—
cielos rasos ovales o cuadrados, cornisas, guirnaldas, dentículos, astrágalos, y
papeles encolados que colgaban de los testeros como viejas pieles de
serpiente en muda.
Presenciando la demolición, una Ceres con la nariz rota y
el peplo desvaído, veteado de negro el tocado de mieses, se erguía en el
traspatio, sobre su fuente de mascarones borrosos.
Visitados por el sol en
horas de sombra, los peces gr
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