C on el corazón a saltos y la respiración entrecortada, penetró el muchacho al miserable tugurio donde vivía su viejo amigo. - ¿Qué le pasa, don Serapio? ¿Se siente mal? - Es esta tos que ni dormir me deja... - ¿Quiere que le alcance algo? ¿Qué le prepare...
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C on el corazón a saltos y la respiración entrecortada, penetró el muchacho al miserable tugurio donde vivía su viejo amigo. - ¿Qué le pasa, don Serapio? ¿Se siente mal? - Es esta tos que ni dormir me deja... - ¿Quiere que le alcance algo? ¿Qué le prepare algún remedio o le caliente algunos traguitos de leche? - No, gracias. Conque vengas a visitarme me basta. Pero Doroteo había visto ya que allí no había leche, ni pan, ni medicinas de ninguna clase. Y que aquel pobre viejo solitario no tenía a nadie que lo cuidara. Salió del rancho con la garganta oprimida por tremenda angustia. Para él no había nadie en el mundo como don Serapio, aquel viejecito enjuto y esmirriado que lo llevaba al monte, que le enseñaba a pescar y, sobre todo, que lo trataba con una dulzura y un cariño que no había encontrado jamás en otra parte, y que tanto bien hacía a su sensible espíritu. - Tengo que ayudarlo de cualquier manera -se decía mientras volvía a la destartalada casucha donde vivía con sus tíos, tan p
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