Diaz de tuesta
FLORES PARA LOS MUERTOS
Para Jorge, era un trabajo sencillo.
La vieja no pagaba mucho, cierto, pero saltar la tapia
del cementerio suponía un esfuerzo mínimo y el traslado
de las flores, las grandes coronas, los hermosos ramos, no...
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Diaz de tuesta
FLORES PARA LOS MUERTOS
Para Jorge, era un trabajo sencillo.
La vieja no pagaba mucho, cierto, pero saltar la tapia
del cementerio suponía un esfuerzo mínimo y el traslado
de las flores, las grandes coronas, los hermosos ramos, no
dejaba de ser un agradable paseo.
Incluso le permitía
sonreír, en el camino de vuelta, a la chica que había
empezado a hacer la calle junto a la tasca de Alberto.
Siempre llegaba con las sombras, como si la noche tomara
forma en su piel oscura.
Era morena, de grandes ojos y
largas piernas, líneas cimbreantes que hubieran debido
tener mejor destino que el de ser tocadas por toda clase de
pieles a cambio de unas pocas monedas.
No hablaba su
idioma, lo supo la tercera noche al preguntarle su nombre
y recibir una risita nerviosa por respuesta y él jamás
pagaba por un servicio; era una cuestión de principios que
no pensaba romper, ni siquiera por ella.
No les quedaba, por tanto, más que la sonrisa, el
lenguaje internac
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