EL PRÍNCIPE FELIZ
Oscar Wilde
En la parte más alta de la ciudad, sobre una gran columna, se alzaba la
estatua del Príncipe Feliz.
Estaba toda revestida de madreselva de oro fino.
Tenía, a guisa de ojos, dos
centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía...
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EL PRÍNCIPE FELIZ
Oscar Wilde
En la parte más alta de la ciudad, sobre una gran columna, se alzaba la
estatua del Príncipe Feliz.
Estaba toda revestida de madreselva de oro fino.
Tenía, a guisa de ojos, dos
centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.
Por todo lo cual era muy admirada.
-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del
Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte- .
Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre
poco práctico, cosa que, en realidad, no era.
-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa
a su hijito, que pedía la luna-.
El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca
en pedir nada a voz en grito.
-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente
feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua
maravillosa.
-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de
la catedral, vestidos
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