XIV
Cuando Gabriel dobló la esquina de la calle San Jerónimo empezaron los
picores.
Necesitaba urgentemente meterse algo en su cuerpo para poder
calmar el picor.
Los temblores, empezaron de nuevo.
Mientras se adentraba en
la calle iba mirando...
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XIV
Cuando Gabriel dobló la esquina de la calle San Jerónimo empezaron los
picores.
Necesitaba urgentemente meterse algo en su cuerpo para poder
calmar el picor.
Los temblores, empezaron de nuevo.
Mientras se adentraba en
la calle iba mirando disimuladamente a todo aquel con el que se cruzaba.
Era
una de las consignas, mirar directamente a los ojos.
Algunas porterías estaban
ocupadas por personas de diferentes edades, incluidos niños, pero lo normal
era que a esa hora, y por ese lugar, todos fueran varones, chicos a partir de 16.
El verano y el calor hacían que la calle, habitualmente vacía, estuviera más
concurrida.
Se escuchaban voces, murmullos cercanos y lejanos.
Y Gabriel
podía sentir las miradas que se le iban clavando al pasar.
Todos sabían qué iba
buscando ese joven al que le costaba caminar y que se abrazaba a sí mismo
para disimular el temblor que lo acompañaba.
San Jerónimo parecía una más
de las calles de la ciudad condal, en las que muchos vecinos se juntaban par
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