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Los pocillos
os pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados,
irrompibles, modernos. Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último
cumpleaños de Mariana, y desde ese día el comentario de cajón había sido que
podía...
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Los pocillos
os pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados,
irrompibles, modernos. Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último
cumpleaños de Mariana, y desde ese día el comentario de cajón había sido que
podía combinarse la taza de un color con el platillo de otro. "Negro con rojo
queda fenomenal", había sido el consejo estético de Enriqueta. Pero Mariana, en un
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discreto rasgo de independencia, había decidido que cada pocillo sería usado con su
plato del mismo color.
"El café ya está pronto. ¿Lo sirvo?, preguntó Mariana. La voz se dirigía al marido,
pero los ojos estaban fijos en el cuñado. Este parpadeó y no dijo nada, pero José Claudio
contestó: "Todavía no. Esperá un ratito. Antes quiero fumar un cigarrillo." Ahora sí ella
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miró a José Claudio y pensó, por milésima vez, que aquellos ojos no parecían de ciego.
La mano de José Claudio empezó a moverse, tanteando el sofá. "¿Qué buscás?
Preguntó ella. "El encendedor." "A tu derecha." La ma
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