9
I
—Cuatro —dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que
el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas
partículas limpias de vidrio: el peligro había desapareci
do para todos, salvo para Porfirio Cava.
Los...
More
9
I
—Cuatro —dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que
el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas
partículas limpias de vidrio: el peligro había desapareci
do para todos, salvo para Porfirio Cava.
Los dados estaban
quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con
el suelo sucio.
—Cuatro —repitió el Jaguar—.
¿Quién?
—Yo —murmuró Cava—.
Dije cuatro.
—Apúrate —replicó el Jaguar—.
Ya sabes, el segundo
de la izquierda.
Cava sintió frío.
Los baños estaban al fondo de las cua
dras, separados de ellas por una delgada puerta de madera,
y no tenían ventanas.
En años anteriores, el invierno solo
llegaba al dormitorio de los cadetes, colándose por los vi
drios rotos y las rendijas; pero este año era agresivo y casi
ningún rincón del colegio se libraba del viento, que, en las
noches, conseguía penetrar hasta en los baños, disipar la
hediondez acumulada durante el día y destruir su atmósfe
ra tibia.
Pero Cava había nacido y viv
Less