UN PUEBLO PINTORESCO
El asombro se crece y se encarama sobre los riscos a treinta y ocho kilómetros de Teruel.
Desde
Zaragoza hay que tomar el desvío a la derecha poco antes de llegar a la capital turolense.
La vega del Guadalaviar depara no pocas...
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UN PUEBLO PINTORESCO
El asombro se crece y se encarama sobre los riscos a treinta y ocho kilómetros de Teruel.
Desde
Zaragoza hay que tomar el desvío a la derecha poco antes de llegar a la capital turolense.
La vega del Guadalaviar depara no pocas perspectivas gratas: detrás de cada curva espera un
nuevo paisaje, donde el verde trata de elevarse para competir con las cumbres.
Después, Albarracín,
escalando alturas que parecen inaccesibles.
La pintoresca panorámica queda después empequeñecida por el pintoresquismo interior, el de las
calles y plazas, el de los arcos y soportales.
Rejas y balconadas salen al paso para rememorar
misteriosas leyendas del ayer.
Siempre me llamó la atención Albarracín por lo cuidado que está.
Es un conjunto histórico y
artístico perfecto, donde se miman los detalles, ya sean relativos al alumbrado eléctrico, ya se refieran
al empedrado de las calles a tono con los edificios.
Y, a pesar de todo, es algo vivo, latente, lejos de lo
que pueda considerars
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