Londres, 13 de marzo de 1855.
Querido Julius, amor mío:
Cuando recibas esta misiva, antes incluso de abrirla,
sabrás que ha de ser, fatalmente, una carta de
despedida.
No porque vayamos a dejar de vernos pues, a
fin de cuentas, seguiremos...
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Londres, 13 de marzo de 1855.
Querido Julius, amor mío:
Cuando recibas esta misiva, antes incluso de abrirla,
sabrás que ha de ser, fatalmente, una carta de
despedida.
No porque vayamos a dejar de vernos pues, a
fin de cuentas, seguiremos perteneciendo a la misma
familia.
Sin embargo, vida mía, tendremos que enterrar
en lo más hondo de nuestras almas los íntimos
sentimientos que nos han ligado con un vínculo tan
intenso y atormentado como indeleble.
En adelante, sin
embargo, solo nos queda la farsa y aparentar ante los
demás el papel de unos parientes felices.
No necesitas Julius que me extienda en darte las razones
de esta dolorosa decisión puesto que, ¡cuántas veces te lo
habré recordado entre lágrimas y susurros ahogados!
mis hijos se merecen el mejor de los futuros posibles aun
que sea a costa del sacrificio de su madre.
Pero quiero
que sepas que nunca podré olvidar que fuiste tú, durante
aquellos miserables años malvividos en Cardiff, la tabla
de sal
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