Érase una vez una niña llamada Iris, hija del dios de la pintura.
Un
día, en el Olimpo, su padre le dijo que tenía que irse y dejarla sola.
Le dijo que tuviera mucho cuidado.
Cuando Iris empezó a sentirse sola y aburrida empezó a buscar
cosas con que...
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Érase una vez una niña llamada Iris, hija del dios de la pintura.
Un
día, en el Olimpo, su padre le dijo que tenía que irse y dejarla sola.
Le dijo que tuviera mucho cuidado.
Cuando Iris empezó a sentirse sola y aburrida empezó a buscar
cosas con que jugar, pero no encontró nada.
Se sentó en una silla,
luego empezó a caminar y, cuando iba a dar la vuelta, encontró
unos botes de pintura.
Ella siempre había creído que la Tierra no
tenía color y que por eso las personas no eran del todo felices.
Entonces, se le ocurrió una idea, aunque eso suponía desobedecer a
su padre, que le había dicho que no fuera a la Tierra.
Cogió la
pintura, bajó y lo primero que encontró en la Tierra fue un arco
muy chulo, aunque no tenía color.
Se subió a él y lo empezó a
pintar de verde.
Todo iba bien, pero, de repente, miró a sus lados y
se dio cuenta de que todos los cubos de pintura se habían caído y
repartido por el arco.
Por eso, desde ese día se le llama el Arco Iris.
Por Luana Cáceres
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