LEANDRO CALDERONE
Casi ángeles
La isla de Eudamón
—¡No hay tiempo! —se escuchó con nitidez.
Fue un grito ofuscado, impaciente y, sin embargo,
gracioso, surgido en medio de un grupo de albañiles que daban los retoques finales a la gran
mansión que estaban...
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LEANDRO CALDERONE
Casi ángeles
La isla de Eudamón
—¡No hay tiempo! —se escuchó con nitidez.
Fue un grito ofuscado, impaciente y, sin embargo,
gracioso, surgido en medio de un grupo de albañiles que daban los retoques finales a la gran
mansión que estaban construyendo.
Era el 11 de febrero de 1854.
Estaban agotados y
acalorados, querían terminar de una vez, pero un hombrecito pequeño, que caminaba con pasos
largos sosteniendo una ridícula sombrilla blanca, los retenía, mientras mostraba la hora en un
reloj de bolsillo.
El doctor Inchausti, elegante y solemne, se acercó al grupo y medió en la discusión.
Aunque el
sol del mediodía estaba insoportable y los hombres corrían el riesgo de insolarse, el hombrecito,
vestido con pantalón blanco, camisa blanca, levita blanca y zapatos blancos, gritaba muy
irritado que debían terminar de colocar el reloj en ese mismo momento.
—¡Es muy importante,
Inchausti! —le dijo con irreverencia y tono desafiante al doctor, a quien nadie llamaba
«Inchaus
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